Poblet es uno de los ejemplos más destacados de monasterios cistercienses, resumido por el padre Manrique en su obra con la frase “Populetum… toto orbe christiano nulli secundum”.
Desde sus inicios se concibió que el monasterio abarcara una zona agrícola de excelencia, integrando en su territorio diversas granjas conocidas como grangiae, que contaban con abundante agua, como la de La Pena, y con bosques aprovechables, como en la granja del bosque de Castellfollit; cada una de estas granjas era administrada por un monje al frente de una familia compuesta por legos, guardas rurales, hortelanos, entre otros, llegando a poseer diecisiete granjas a finales del siglo XII. Poblet alcanzó la autosuficiencia y se configuró como una comunidad completa al estilo de Cîteaux y Claraval, ya que, además de las dependencias básicas de cualquier monasterio, contaba con enfermería, farmacia, cementerios, un jardín de plantas aromáticas, molinos, panaderías e incluso un calabozo, lo que reflejaba el poder feudal del abad.
Asimismo, el monasterio llegó a ser propietario de numerosas casas cistercienses en las poblaciones más importantes de la Corona de Aragón, destacándose filiales como el Monasterio de Piedra, el de Benifasar, el de la Real en Mallorca, el Priorato de San Vicente en Valencia, el de Nazaret en Barcelona y el de Tallat en la frontera de Tarragona con Lérida; extendió su jurisdicción a siete baronías que incluían sesenta pueblos, teniendo además el derecho de designar al alcalde o batlle de diez villas dependientes y poseyendo señoríos como el Castillo y villa de Verdú y el Castillo de Monargues, además de disfrutar de derechos de pastoreo en tierras reales, en las salinas de Cardona y en las pesquerías de Ampurias.