Concatedral de San Pedro

La concatedral de San Pedro, auténtica joya de la arquitectura románica castellana con la que cuenta la ciudad de Soria.

Desde 1959 acumula el título de concatedral, fecha a partir de la cual comparte la sede catedralicia con El Burgo de Osma; hasta ese año se titulaba colegiata de San Pedro.

La primitiva iglesia pudo tener su origen en los años en que Alfonso I el Batallador, ocupado en los asuntos castellanos por su matrimonio con Urraca de Castilla, emprendió la repoblación de Soria (1109-1114).

No ha quedado constancia arqueológica de la antigua iglesia pero si documental, calificada por la historiografía como "simple y rústica iglesia, [...] reducida parroquia".

En los muros exteriores de la panda norte del claustro destaca una ventana con aspecto y disposición que recuerda a los huecos dobles y triples asturianos.

Aparecen tres arquillos de medio punto con arquivoltas sogeadas seguidas de otras de puntas de diamante apean sobre dos columnas centrales y sobre las jambas del hueco.

Los capiteles de las dos columnas representan rudas hojas acabadas en gruesos caulículos como bolas. Además debajo hay un arco de ventana muy mutilado, que según Gaya Nuño pudo ser de herradura, y hundida en el suelo lo que parece una portada de medio punto con los apoyos enterrados.

En el muro norte también destacan dos pequeñas aspilleras románicas.

La orientación, configuración de los muros y restos conservados, hacen pensar de una integración del primer templo románico en el claustro del templo románico monacal.

Los textos de Marrón y según una inscripción que aparece en la capilla del Azogue, sitúan la datación de esta primera iglesia a más de 800 años de su reconstrucción en 1573, es decir, hacia 770, por lo que debería ser mozárabe.

La iglesia fue donada por el concejo de Soria al obispo de Osma, Don Juan, el 26 de julio de 1148.

En 1152 el obispo de Osma Don Juan donó la iglesia a los canónigos de la regla de San Agustín y elevó la iglesia a la categoría de colegiata.

Constituidos los canónigos en comunidad monástica, decidieron derribar el templo antiguo y erigir uno nuevo. Para ello contaron con el favor de los monarcas castellanos, que se fue plasmando en numerosos donativos y privilegios.

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